11 nov 2011

Dos descubrimientos de Pasteur


Luis Pasteur, el gran sabio y científico francés, hizo grandes descubri­mientos en su laboratorio. Uno de ellos fue el sistema de calentar la leche hasta cierto grado a fin de matar la bacteria sin quitar de la leche sus propiedades. Hasta el día de hoy, a ese proceso se le conoce como la «pasteurización», en honor al químico y biólogo francés. Otro de sus descubrimientos fue la vacuna contra la rabia. Y sin embargo esto es lo que dijo el doctor Pasteur al respecto:


«He descubierto muchas cosas maravillosas en mi vida. Pero puedo afir­mar que hay dos descubrimientos que para mí han sido los más impor­tantes. El primero fue cuando descubrí que yo era pecador, perdido delante de un Dios santo y justo. Y el segundo fue cuando descubrí que había salvación para mí, provista por Dios mismo, en la persona de su Hijo, el Señor Jesucristo. Cuanto más estudio la naturaleza, más admiro las maravillosas obras del Creador. Y no entiendo por qué los filósofos quieren destruir la religión y negar la existencia de Dios.»


Pasteur no sólo manifestó su asombro ante quienes dicen que Dios no existe, sino que dio testimonio de que para él los descubrimientos espirituales que hizo tienen mucha más importancia que sus descubrimientos científicos. Y los descubrimientos espirituales los redujo a dos: el primero, que él era pecador; y el segundo, que Jesucristo era su Salvador.  
En cambio, lo que sí hemos proclamado siempre, y seguiremos proclamando a los cuatro vientos, es que la esperanza del mundo es Jesucristo. Él es la esencia personificada de la religión verdadera.


Más vale que, al igual que Luis Pasteur, asumamos la actitud del apóstol Pablo, quien a su vez declaró: Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Pero por esto fui recibido a misericordia, para que Jesucristo mostrase en mí el primero toda su clemencia, para ejemplo de los que habrían de creer en él para vida eterna. Por tanto, al Rey de los siglos, inmortal, invisible, al único y sabio Dios, sea honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén.  (1 Timoteo 1:15-17)

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